Una moda sin ‘made in China’, el sueño imposible que redefine el aprovisionamiento
Las tensiones geopolíticas, trasladadas también a nuevas barreras al comercio, fuerzan a las marcas a imaginarse lo que era impensable hasta hace sólo unos años: una cadena de aprovisionamiento que no dependa de China.
14 oct 2022 - 05:00
Mientras la política de Covid Cero y la crisis inmobiliaria ponen en jaque el modelo agotado de la economía china, el Partido Comunista Chino celebra un nuevo congreso que ha de apuntalar otro mandato de Xi Jinping, una decisión histórica que le hará encadenar tres mandatos.
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Era demasiado goloso para renunciar a él. Un país con mano de obra barata, integrado en el comercio mundial desde 2001 y con una capacidad productiva incomparable en el mundo. Pero los tiempos del progreso a toda costa parecen haber terminado y la moda se encuentra con que el mismo mercado que le hizo crecer es ahora una debilidad. ¿Se puede renunciar a China?
El mapa actual del aprovisionamiento de moda tiene una fecha clara de nacimiento: el 1 de enero de 2005. Fue el día que terminó oficialmente el Acuerdo Multifibras, que había regido el comercio mundial de textiles desde 1947. El sector pasaría a regirse a las del Gatt, la versión primigenia de la Organización Mundial del Comercio (OMC), a la que China se unió en 2001.
La deslocalización fue masiva y definió el sistema de la moda que ha regido desde entonces: ropa barata, grandes volúmenes y global. Las prendas se producen en todo el mundo y se vende en todo el planeta, pero sobre todo en China.
Lo que no se fabrica en China depende también del gigante asiático, de donde proceden la mayoría de los textiles que después se emplean para confeccionar la ropa en países como Bangladesh, Camboya o Myanmar.
La dependencia de China llevaba tiempo siendo incómoda; ahora es directamente insostenible
Cuando el gigante asiático se encareció y empezó a virar su modelo económico hacia una economía de mercado, la moda buscó alternativas, pero China continuó manteniéndose como el principal proveedor, a gran distancia, de textil y ropa para todo el planeta.
Esa dependencia llevaba siendo incómoda desde hace tiempo (y fue especialmente evidente durante el Covid-19), pero ahora se antoja directamente insostenible. Si, en palabras de Josep Borrell, alto representante de Política Exterior de la Unión Europea, la guerra en Ucrania fue “el despertar geopolítico de Europa”, ese y otros conflictos geopolíticos recientes han sido el mismo toque de atención para el aprovisionamiento en moda.
El último ha sido la crisis en Taiwán del pasado verano, cuando el mundo pareció aproximarse más que nunca en las últimas décadas a un conflicto bélico entre China y Estados Unidos. La preguntaría de qué pasaría si eso ocurriera pasó a ser una prioridad en los consejos de administración.
En 2018, el 31,8% de las importaciones de ropa de la Unión Europea procedía de China. En Canadá, la cuota ascendía al 38,5%; en Estados Unidos, al 33,2%, y en Japón, al 59,7%. Los cuatro mercados han reducido su dependencia desde entonces, aunque continúa siendo preocupante.
En los siete primeros meses de 2022, la cuota de China en las importaciones europeas de ropa se había contraído al 26,8%, su mínimo desde la entrada del país en la OMC. En Canadá, al 28,9%, y en Japón, al 55,6%.
Gigantes internacionales como Inditex, H&M, Primark, Fast Retailing, Nike o Gap pasaron de concentrar en su conjunto casi el 30% de sus fábricas en China a sólo el 22% en 2021, según los últimos datos disponibles.
El mayor descenso se ha registrado en Estados Unidos, que prohibió el año pasado las importaciones de Xinjiang, donde la minoría uigur es sometida a trabajos forzados en campos de algodón, según varias organizaciones internacionales, incluida la ONU. Entre enero y julio de 2022, la cuota de China en las importaciones de ropa de la primera potencia mundial era de sólo el 22,4%.
El aprovisionamiento parece encaminarse hacia un modelo bipolar: un ‘sourcing’ de China para China y otro, circular, para el resto del mundo
Los ganadores son países vecinos como Bangladesh y, sobre todo, Vietnam. Pero ambas economías continúan reforzando sus relaciones con Pekín, cuentan con una elevada tasa de inversión china y además dependen del gigante asiático para el aprovisionamiento de materias primas.
¿Hay salida? Sheng Lu, profesor de la Universidad de Delaware y experto en aprovisionamiento, sólo aboga por una, y no será fácil. Pasa por cambiar la concepción del sourcing sobre un mapa global y pasar a pensar en términos regionales.
Por un lado, un aprovisionamiento de China, para China, que use quizás algodón de Xinjiang y se confeccione en el gigante asiático o los países vecinos. Por otro, toda una nueva cadena de aprovisionamiento en los mercados de consumo maduros y en su entorno, con material reciclado producido en Europa y Estados Unidos y confección (también barata, aunque quizás no tanto como ahora) en polos de proximidad como Marruecos, Túnez y Turquía para el mercado europeo y México, Honduras o Guatemala para Estados Unidos.