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Inca, tradición zapatera barrida por el turismo y la globalización

Las empresas que sobreviven de la era dorada de la industria del calzado en esta localidad mallorquina pueden contarse con los dedos de una mano. De las 2.000 fábricas y talleres que llegó a haber en los sesenta, hoy sólo quedan dos.

Silvia Riera

18 mar 2019 - 04:56

Inca, tradición zapatera barrida por el turismo y la globalización

 

 

Sabadell, Terrassa, Mataró, Inca, Arnedo, Zaragoza, Elche, A Coruña o Ubrique. La industria de la moda en España se abraza a nombres propios de la geografía del país. Se hace difícil explicar el desarrollo de la actividad manufacturera del sector sin conocer los lugares en los que se ha originado. Con motivo de las próximas elecciones municipales, previstas para finales de mayo, Modaes.es emprende un viaje por los principales polos del textil, la confección, la piel y el calzado de España para realizar una panorámica sobre el vínculo que han tenido y todavía tienen con las diferentes industrias de la moda.

 

 

 

 

Mucha gente en Inca todavía hoy escucha el ruido vago, sordo y continuado de las máquinas de coser en las casas, de las voces de los repartidores y de los diferentes sonidos estridentes de las bocinas y los timbres de las fábricas de calzado. Es una memoria compartida en el polo industrial que en su día llegó a ser esta localidad interior de Mallorca, donde en la actualidad tan solo dos fábricas defienden el legado, Lottusse y Carmina Shoemaker. Junto a ellas se erige también Camper, un rara avis local del diseño y la vanguardia.

 

Hablar de la industria del calzado en Inca es hacerlo en pasado. El sector se apoya en la localidad en la nostalgia de lo que fue una de sus épocas doradas antes de que lo barriera la falta de competitividad, la globalización de la industria del calzado y la deriva de la mano de obra hacia la pujante industria turística de la isla.

 

Explican los ciudadanos de Inca que, hasta hace pocos años, en la salida de la autopista de Palma todavía había un cartel que indicaba Inca, ciudad del calzado. Hoy, sin embargo, hay otro: Inca, shopping center. Tras varias décadas de desmantelamiento industrial, efectivamente Inca no es ya una ciudad del calzado. Pero lamentablemente, tampoco es un destino de compras. 

 

 

 

 

Pese a estar en uno de los mayores enclaves turísticos de España, esta ciudad ubicada en el interior de la isla de Mallorca queda fuera de toda ruta turística. Inca cuenta en la actualidad con una población de poco más de 32.000 habitantes y ha ido tomando relevancia en el territorio como ciudad dormitorio para todos aquellos que no pueden permitirse un alquiler en Palma. 

 

El Partido Socialista de Islas Baleares (Psib-Psoe) gobierna en el Ayuntamiento de Inca. Su alcalde, Virgilio Moreno Sarrió, fue elegido con el apoyo de los miembros de su partido junto con los de Més, Independents y PI-Proposta per les Illes, y con los votos en contra del PP. A principios de año, Moreno formalizó su solicitud para volver a encabezar la lista de los socialistas de Inca de cara a las nuevas elecciones.

 

Inca cuenta en la actualidad con 2.123 empresas, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Más de la mitad son compañías de servicios, comercio, transporte y hostelería. Yanko, Barrats, George’s o Farrutx fueron de las últimas fábricas originarias de Inca en bajar la persiana sin suficiente músculo financiero para encarar una transformación del modelo productivo y de negocio. 

 

 

 

 

Algunas de estas marcas sobreviven en manos de otras empresas de Ubrique (Cádiz), Elche (Alicante) o Almansa (Albacete), pero de sus factorías y talleres no queda ya ni rastro en una ciudad cuyos polígonos industriales los ocupan empresas de servicios. Estas fueron las últimas de un larguísimo listado de cierres y reestructuraciones del que da cuenta el Museo del Calzado y de la Industria de la ciudad, y en el que se incluyen Bay, Morro, Tony Mora, Vidal, Calçats Melis o Llobera, entre muchos otros. 

 

En el conjunto de las Islas Baleares el calzado también ha tenido tradición en ubicaciones como Menorca, pero su grado de concentración en una sola localidad sólo se dio en Inca. Las abarcas menorquinas son el calzado típico de esta isla y han dado el salto internacional a partir de grupos como Mascaró, Pons Quintana o Ria, entre otros.

 

En 2018, las Islas Baleares contaban con 122 empresas vinculadas al sector de la piel y el calzado, dos más que un año atrás, según el INE. La cifra queda lejos de las 155 compañías que operaban en esta autonomía tan solo siete años antes. El año pasado, las exportaciones del conjunto del sector (incluyendo materias primas y confección de prendas en piel) alcanzaron 87,05 millones de euros, marcando un retroceso del 3,8% respecto a 2017.

 

 

 

 

Regularización de la economía sumergida

El primer golpe a la industria local del calzado fue la regularización de la economía sumergida. La actividad manufacturera había ido ganando tamaño entre las décadas de los cincuenta y los noventa del siglo pasado sobre el pilar del trabajo en los hogares. “En todas las casas se cosía”, recuerda Gabriel Cañellas, director creativo de Lottusse, quien nació y creció rodeado de pieles, máquinas de coser y el ruido de las fábricas.

 

Coser en las casas era algo totalmente normalizado en el paisaje cotidiano de Inca, una de las localidades de Mallorca que mejor sobrellevó la posguerra española gracias al empuje económico de esta industria, según recuerda el historiador local Miquel Pieras. Se calcula que más de un centenar de talleres llegaron a funcionar durante aquellas décadas, dando trabajo a la mitad de la población, no sólo en Inca, sino en toda la comarca de Es Raiguer.

 

El boom de aquella revolución industrial se produjo en la década de los cincuenta del siglo pasado, pero la semilla para que fructificase se había sembrado cien años atrás, con el nombramiento de Inca como sede del poder judicial y administrativo en la comarca, y la llegada de la primera línea de tren de las islas, que cubría el trayecto Palma-Inca. Según Pieras, el puerto de Palma ya era un epicentro comercial, lo que facilitó la apertura a las exportaciones a la Península y a Cuba, entonces colonia española.

 

 

 

 

Uno de los motores del desarrollo de la industria en la localidad fue el empresario local Antonio Fluxà (cuyos descendientes controlan en la actualidad Lottusse y Camper, además de Iberostar), quien introdujo tecnología británica para el cosido del calzado y la transformación de los procesos para darle valor. Ya en la época de Lorenzo Fluxà, miembro de la segunda generación, se produjeron los primeros altercados sindicales en Inca y en el conjunto de la isla. La industria prosperó también durante las dos guerras mundiales apoyándose en la fabricación de calzado militar y, ya más adelante, durante el Franquismo, al calor de un sistema autárquico.

 

La crisis de petróleo de 1979 fue la primera en azotar al sector porque encareció las materias primas. Sin embargo, fue la regulación de la economía sumergida en la década de los noventa la que puso fin a aquel entramado empresarial. Ocurrió además en un momento en que China empezaba a avanzar como la gran fábrica low cost del planeta. “Sólo han podido quedar las empresas que tienen una marca que les permite posicionarse en un segmento elevado”, explica Cañellas, de Lottusse.

 

Inca pagó también los costes de la insularidad, al ser un polo dependiente de las importaciones de materia prima, y de la principal actividad económica del territorio, el turismo, que le terminó arrebatando la mano de obra y el talento. “En el turismo se cobra en seis meses lo mismo que en las fábricas durante diez”, afirma Miguel Fluxà, consejero delegado de Camper, quien confiesa que al sector le cuesta ser atractivo para las nuevas generaciones.

 

 

 

 

Memoria oral y nostalgia

Ubicada frente a la estación de tren de Inca, la gran nave blanca de Lottusse todavía toca la sirena para llamar a los operarios a la misma hora que lo hacía cien años atrás: a las 6:45 de la mañana y a las 13:45 de la tarde. “Hay gente que se queja del ruido, pero no vamos a dejar de tocarla porque es algo nuestro, de aquí”, explica Antonio Arenas, responsable de fábrica. Arenas es la tercera generación de una familia de trabajadores de Lottusse.

 

La actual delegada de Ferias y del Museo del Calzado y de la Piel, Antònia Maria Sabater, miembro del equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Inca por el Psib-Psoe, hace hincapié en la importancia de preservar el legado industrial de la localidad. “Las calles olían a goma y a piel, y toda la vida de la ciudad se desarrollaba alrededor de los horarios de las fábricas”, explica la política.

 

Sabater subraya que en esta última legislatura se ha puesto en marcha un programa de formación de grado medio para la industria del calzado que permanece en la ciudad con miras a dar apoyo a la falta de relevo generacional en las dos factorías que permanecen activas en la ciudad, así como al taller de Camper.

 

 

 

 

No obstante, el museo es la principal apuesta del consistorio orientada a la industria del calzado con miras a mantener la memoria histórica vinculada a esta época. Situado en unas antiguas instalaciones militares, el complejo está pilotado por Aina Ferrero Horrach, quien hace un par de años dio un vuelco a la exposición permanente y a la narrativa del museo para ceder el protagonismo de la historia a los propios inqueros.

 

La institución museística se puso en marcha hace nueve años a partir de cesiones y donaciones de las diferentes empresas, pero también de casas particulares. A través de vídeos, son los propios trabajadores los que narran una época en que la ciudad fue un bullicio, en la que hubo prosperidad, pero también organización sindical y lucha de clases.

 

 

 

 

Los tres pilares del calzado en Inca

Pese a la destrucción del tejido de la industria auxiliar, los elevados costes productivos y la competencia con el turismo por el talento, Inca ha mantenido tres estandartes del calzado: Camper, la segunda mayor empresa del sector en España por cifra de negocio (sólo superada por Tempe), Lottusse y Carmina Shoemaker.

 

En la actualidad, Lottusse mantiene una plantilla de 140 trabajadores, un centenar de los cuales están en fábrica. Camper, a pesar de arrancar con un modelo de negocio basado en el diseño y no en la producción, da la bienvenida en su empresa con una fotografía tamaño real de Lorenzo Fluxà con un grupo de trabajadores de su fábrica tomada en 1910. Es la misma imagen de la portada del libro Las islas del calzado. Historia económica del sector en Baleares (1200-2000).

 

Camper da empleo en la actualidad en Inca a 250 trabajadores, aunque son pocos los que viven en la propia ciudad. Según su consejero delegado, e hijo del fundador, la compañía no podría trasladarse a ningún otro lugar porque “es de aquí”. Pese a estar situada en un polígono industrial donde comparte acera con un gimnasio, un taller mecánico o un local de venta de materiales para la construcción, Camper guarda celosa en su interior toda su explosión de creatividad.

 

Según Fluxà, parte del ingenio de la compañía viene de su atención por los básicos, por el calzado tradicional y por los procesos de siempre, que mezcla con la última vanguardia y las últimas técnicas en 3D. No resulta extraño ver a un diseñador de Japón o Dinamarca trabajar mano a mano con un artesano forjado en la industria de Inca. “La gente que viene a Camper lo entiende y lo disfruta”, apunta Fluxà.