Empresa

Caramelo, adiós a una histórica que nació de una gabardina

El ascenso y caída de uno de los protagonistas del boom de la moda en Galicia en la década de los ochenta y que no supo emprender el cambio de modelo.

Iria P. Gestal

26 oct 2016 - 04:57

Caramelo, adiós a una histórica que nació de una gabardina 

 

 

Caramelo no soplará las velas del décimo aniversario de la entrada de Manuel Jove en su capital. A pocos meses de la primera década de la compra de la histórica marca gallega por parte del empresario inmobiliario (una operación que le aseguraba apoyo económico y, a priori, una larga vida), Caramelo entra en los juzgados para no salir de ellos. De mil empleados en los noventa a menos de cien en la actualidad. De industria pesada a estructuras livianas volcadas en la distribución. La evolución de Caramelo es también la del textil español, que ahora dice adiós a la empresa que nació con una gabardina. 

 

Como tantas otras compañías en una España todavía precaria, Caramelo nació en un bajo de una pequeña capital de provincias. José Antonio Caramelo, entonces un representante para empresas como la incipiente Confecciones GOA, unió fuerzas con Luis Gestal para lanzar una pequeña colección de gabardinas bajo la firma Antilluvia.

 

Gestal, formado como niño de los recados en una sastrería, tenía su propio taller en la calle de la Torre de A Coruña y trabajaba como destajista de una fábrica de gabardinas. De la mano de su mujer, Marina Garce, confeccionaron la primera colección de Antilluvia, que después Caramelo distribuía en tiendas multimarca de la comarca.

 

El negocio fue bien y pronto la compañía diversificó con el lanzamiento de la primera colección de pantalones con el nombre de Tommy Harrods. Ante el éxito, Gestal dejó su sastrería para centrarse en la incipiente compañía.

 

La empresa se trasladó a un bajo de la calle Juan Castro Mosquera, donde Caramelo y Gestal tenían que achicar el agua que inundaba el local cuando llovía. El bajo se quedó pequeño y los socios, que entonces operaban con la sociedad José Antonio Caramelo y Cía., alquilaron en la misma calle hasta seis locales más, donde llegaron a emplear a 300 personas. Fue entonces cuando Javier Cañás, sobrino de Caramelo, se incorporó como accionista.

 

Caramelo se encargaba de la dirección comercial, Gestal era el responsable de patronaje y Garce estaba al frente de la producción, estudiando de noche para formar de día a los empleados, en su mayoría mujeres, que llegaban a la fábrica con apenas diecisiete años.

 

 

El ‘boom’ de los ochenta

En los ochenta, los socios decidieron dar un salto adelante para emprender una nueva etapa de crecimiento y se hicieron con una parcela de 4.000 metros cuadrados en el polígono de A Grela, adonde trasladaron toda la producción. El negocio creció como la espuma: se diversificó con oferta de mujer y el conjunto completo de hombre. 

 

Al calor de la bonanza económica y los apoyos institucionales, Galicia vivió en esta década su época dorada, con protagonistas como Gene Cabaleiro, Florentino o Adolfo Domínguez.

 

Caramelo, que ya había adoptado el apellido de su socio mayoritario, reforzó su apuesta por la producción, comprando la parcela contigua y duplicando la superficie de su sede, en la que trabajaban 800 empleados en diseño, almacén y confección, donde operaban en tres turnos para que las máquinas no pararan.

 

El multimarca, que entonces copaba más del 60% del comercio de moda en España, pedía más, y Caramelo comenzó a externalizar parte de su producción a talleres de Galicia y Portugal. La empresa, ya con una oferta consolidada de mujer y caballero, continuó diversificando y lanzó su primera colección de moda joven, CRMJ

 

 

 

 

Aunque el grueso del negocio continuaba concentrándose en el canal tradicional, Caramelo dio el salto al retail en 1996 con la apertura de una primera tienda en Madrid. Apenas unos meses después, el grupo subió la persiana también en Sevilla y Barcelona y dio el salto internacional con una primera tienda en Amberes (Bélgica).

 

La producción comenzó entonces a deslocalizarse progresivamente a regiones más lejanas, como Hong Kong, aunque continuó manteniendo su capacidad productiva y la plantilla de A Coruña, que comenzaba ya a ser insostenible.

 

La empresa apostó por las compras para crecer y, en 2005, tomó el control de Antonio Pernas con el objetivo de abordar un nuevo segmento y dar un nuevo impulso a la compañía. Pero, al año siguiente, los primeros síntomas de la crisis contrajeron las ventas, el multimarca comenzaba ya a agonizar y la empresa, con una estructura pensada para la producción, estaba sobredimensionada.

 

 

La era Inveravante

El 28 de junio de 2007, Caramelo anunció que Inveravante (el brazo inversor de Manuel Jove) y Sodiga se habían hecho con el 45,2% del capital, con una aportación de capital de 19 millones de euros. Tras la operación, Manuel Jove pasó a controlar el 37,7% del accionariado mediante una inversión de 15,8 millones de euros, mientras que la sociedad que gestiona Xesgalicia se quedó con un 7,6% tras invertir 3,2 millones.

 

Inveravante, que posteriormente elevaría su participación hasta el  92,5% del capital, puso al frente de la compañía a un viejo conocido del sector, Fernando Maudo, anteriormente ejecutivo en grupos como El Corte Inglés o Coronel Tapiocca. Con unos números rojos que en 2008 alcanzaron 29,9 millones de euros, Maudo diseñó un plan que suponía dar la vuelta a Caramelo de arriba abajo: las intenciones de la compañía pasaban por desplazar la producción fuera de España y mantener en Galicia las tareas de mayor valor añadido, como diseño, patronaje, administración y márketing.

 

El abandono de buena parte de la actividad productiva de Caramelo llevó en 2009 a un duro enfrentamiento con los sindicatos, especialmente el gallego CIG. Las protestas ante un expediente de regulación de empleo (ERE) para despedir a 237 trabajadores derivaron en algunos incidentes en la fábrica de A Coruña, en los que estaban implicados incluso seis miembros del comité de empresa.

 

 

 

 

Tras este conflicto laboral, y sólo diez meses después de asumir el cargo, Maudo abandonó la compañía, dando paso a un baile de directivos con nombres como Sergio Monticone, Carlos Fernández Couto y, desde 2012, Enrique Fernández del Riego. Incluso Felipa Jove, hija de Manuel Jove, ha estado implicada en la gestión de la compañía como presidenta de Caramelo.

 

La reestructuración del grupo ha continuado en la era Jove con otros expedientes, como el que en 2012 supuso el despido de 201 personas o en 2014 la salida de otros 180 trabajadores. Caramelo también ha llevó a cabo un redimensionamiento de su red comercial, que en 2013 entró en concurso de acreedores.

 

El plan de viabilidad presentado para salir del concurso, hecho que se produjo en 2014, contemplaba el cierre de setenta tiendas y la salida del canal multimarca. El plan tenía la vista puesta en recuperar la rentabilidad, alcanzando el punto de equilibrio en 2015 y consolidando su situación económica a lo largo de 2016. En el marco de este plan para volver a retomar la senda del crecimiento, la empresa trasladó su sede y renovó su imagen de marca.

 

Ayer, sólo un mes después del despido de su último director general, Fernández del Riego, y a sólo unos meses de que se cumpla una década desde la entrada de Jove en el capital, el grupo ahora presidido por Felipa Jove ha desistido. Caramelo se ha visto obligado a bajar definitivamente la persiana, dejando atrás con ella un pedazo de la historia de la moda gallega.