10 abr 2025
La sostenibilidad había pasado de ser un concepto marginal para convertirse en un eje central en los criterios de financiación a nivel global. En los últimos años ha experimentado un crecimiento exponencial tanto en la difusión e importancia que tiene para los inversores, como en el número de fondos, instituciones financieras y gestores de activos que cuentan con productos específicos basados en criterios ESG.
Esta evolución no ha sido uniforme en el tiempo y ha sufrido vaivenes ligados al impulso político existente en cada momento. Si bien el proceso se inició en Estados Unidos, ya durante la primera presidencia de Donald Trump se produjo un retroceso en muchos de los esfuerzos previos hacia la sostenibilidad y la regulación ambiental, con un hito clave en la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático en 2017. A pesar de estas decisiones, el sector privado y los mercados financieros comenzaron a adoptar un enfoque más proactivo hacia las inversiones sostenibles y la financiación verde.
El liderazgo en sostenibilidad se fue desplazando en esos años hacia el sector privado y otras naciones; especialmente cobró relevancia en Europa y Asia. Por ejemplo, los fondos de pensiones y los grandes inversores comenzaron a establecer estándares de sostenibilidad más estrictos, influyendo en cómo se financian las empresas. Claramente se veía desde hace ya muchos meses que en Estados Unidos el empuje del ESG era más bajo de lo que sucedía en Europa, donde continuaba siendo una prioridad política.
Este entorno había llevado a muchas instituciones financieras a desarrollar productos de inversión que priorizan la sostenibilidad, como los bonos verdes, bonos sociales, los fondos de inversión socialmente responsables y los préstamos y créditos verdes. Los criterios ESG se introdujeron en muchos de los fondos tanto de deuda, como de capital que se levantaban en los últimos años, y se generaban vehículos de inversión específicos donde la inversión sostenible primaba sobre el resto de los criterios. Se crearon, incluso, índices bursátiles específicos, dirigidos a monitorizar las empresas donde la sostenibilidad tenía un peso relevante en las políticas de financiación.
“El sector privado y los mercados financieros han comenzado a adoptar un enfoque más proactivo hacia las inversiones sostenibles”
De forma adicional la Comisión Europea, a través de distintos programas tanto de regulación como de inversión, influyó de forma determinante en el impulso a la financiación sostenible y la aplicación de criterios ESG. Con ello, se ha convertido en inversor directo de muchos fondos a través de organismos como el Fondo Europeo de Inversiones, financiando de forma directa a través del Banco Europeo de Inversiones, y potenciando el mercado de los llamados bonos verdes.
Por último, las entidades financieras empujaban la concesión de préstamos ligados a criterios ESG o que iban destinados a una inversión productiva que podría ser considerada sostenible, por ejemplo, por estar vinculada a la generación de energía renovable o a proyectos de eficiencia energética. Todo esto sucedía en un contexto de urgencia generado por el cambio climático y los desastres naturales asociados y donde la pandemia de Covid-19 tuvo efectos inesperados, resaltando el enfoque hacia la sostenibilidad y el bienestar de las personas.
En este mercado de financiación, al menos en el ámbito europeo, existían y persisten cada vez más opciones con criterios de sostenibilidad y una presión inversora al alza. Podemos decir que hay más vehículos y opciones de inversión que proyectos, lo que supone una ventaja clara para las compañías que buscan fuentes de capital y deuda y que pueden mínimamente justificar que las inversiones cualificarán como sostenibles.
Las empresas o proyectos ESG pueden, todavía, acceder a una extensa fuente de financiación, sólo disponible para ellas y por tanto de fácil acceso, donde además en muchos casos hay una cierta ventaja de coste ya que estaban primadas con reducciones de margen financiero, bien desde el inicio de la operación, como en el caso de algunos bonos, o bien mediante mediciones periódicas de algunos KPIs que se fijan, muchas veces de forma arbitraria.
“Existen desafíos significativos como la falta de estándares y definiciones uniformes para lo que constituye una inversión sostenible y que pueden llevar a la confusión y al temido greenwashing”
Estas mediciones se vienen haciendo de una forma laxa, con una metodología poco uniforme y transparente. Existen desafíos significativos como la falta de estándares y definiciones uniformes para lo que constituye una inversión sostenible y que pueden llevar a la confusión y al temido greenwashing. Varios cambios acontecidos recientemente pueden suponer un antes y un después para las políticas de impulso a la financiación sostenible.
El regreso de Trump a la presidencia de Estados Unidos va a suponer que se desmantelen varias regulaciones ambientales establecidas durante la administración anterior y que se promueva una agenda que favorece la industria tradicional, como por ejemplo los combustibles fósiles. Estas acciones pueden dar lugar a un contexto menos favorable para la sostenibilidad en términos de políticas gubernamentales directas y financiación pública.
En Europa, el foco de inversión pasa a estar en el aumento urgente del gasto militar que puede suponer un freno a las políticas de inversión en sostenibilidad en el corto plazo por tener que destinar los recursos a este frente. Ya estamos viendo cómo se levantan fondos de capital riesgo centrados en inversión en defensa con capital público comprometido. Por otro lado, en Europa, se mantiene e incrementa el objetivo de independencia energética como un objetivo estratégico, por lo que la financiación verde pensamos que va a continuar manteniendo su impulso y su peso en la agenda de la Unión Europea.
En este nuevo contexto, podemos decir que el éxito de la financiación sostenible y su supervivencia en el medio y largo plazo vendrá de que las empresas e inversores reconozcan que la sostenibilidad no es solo una cuestión ética, sino también una oportunidad de negocio. El impulso político debe haber servido para lanzar y desarrollar la industria, pero ahora deben ser los criterios económicos los que mantengan estos instrumentos en el futuro. Se deben seleccionar financiadores, empresas y proyectos que realmente tengan sentido y produzcan incrementos de eficiencia y rentabilidad, capaces de generar rendimientos para los inversores al menos en línea o superiores a las inversiones no ESG.
A medida que los fondos y financiaciones sostenibles levantados e invertidos en los años previos vayan devolviéndose y se puedan analizar los retornos y las rentabilidades producidas, se verá si estas financiaciones tenían un sentido, tanto para los inversores, como para las empresas. Este será el criterio fundamental que hará que perduren en el largo plazo fuera del impulso político, que como vemos es cambiante en el tiempo.

Ignacio Marqués del Pecho
Socio de Arcano y responsable del área de Debt Advisory&Capital Solutions.
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