Opinión

Idiotas, abstenerse

Idiotas, abstenerse

Inmaculada Urrea

16 jul 2024

Giorgio Armani, alias Occhi di ghiaccio, acaba de cumplir noventa años y su marca está a punto de cumplir medio siglo. Además de Coco Chanel y Ralph Lauren, Armani es el siguiente creador que admiro, algo que no sorprenderá a quien me conozca, ya que los tres son timeless style. Chanel, madre de todo lo que importa en moda, ha sido una de las inspiraciones de Armani y no hay pocas cosas que los unen. En cuanto a Lauren, ni a él ni a Armani les ha gustado nunca que los comparasen, a pesar de que tienen evidentes nexos en común.

 

Autodefinido como exigente, perfeccionista, posesivo, introvertido, asocial, hipersensible y cancrissimo (es un ferviente de la astrología), en enero de 1984, Armani predijo a Vogue Italia que en 2000 ya habría abandonado la moda. Sin embargo, aquí sigue, incombustible. Menos mal.

 

Con cincuenta años de carrera, supera ya los años activos de la longeva Chanel y, como ella, es un orgulloso independiente, que siempre ha dicho “no” a los hóldings del lujo. Armani no quiere vender, ni lo necesita, consciente de que sería la muerte de su estilo. Ejemplos no le faltan. Empeñado en que su marca sea sinónimo de credibilidad, Armani ha hecho del branding la herramienta perfecta para conseguirlo, a sabiendas de que otras no pueden enarbolar la misma bandera. Así, en un mundo de la moda donde, cada vez más, impera el golpe de efecto, Armani nada a contracorriente con una elegancia discreta, que destila influencias cinematográficas de los años treinta.

 

Desde 1975, la marca Giorgio Armani ha creado un universo basado en una elegancia moderna, abarcando moda, decoración, flores, cafés, restaurantes y hoteles. Y todo ello, tras superar la muerte de su socio Sergio Galeotti, el gestor de la marca y su compañero de vida. Armani inventó, a marchas forzadas y sin formación ninguna, el concepto de diseñador-emprendedor, un reto del que ha salido más que airoso, como el tiempo se ha encargado de demostrar, lo que lo convierte en una perla rara, como bien sabemos los que nos dedicamos al mundo de la moda. Acusado justamente de ducismo, como él mismo confiesa, Occhi di ghiaccio ha sabido dirigir con mano enfocada y férrea su imperio.

 

 

 

 

En 1979, recibir el Neiman Marcus lo convirtió en el pionero del Made in Italy, ese concepto que tanto daño haría a la moda francesa e inglesa. Armani llegó con una idea clara, dar comodidad y elegancia a hombres y mujeres, en un momento en que ambos reclamaban una nueva identidad. Feminizó a los hombres, haciéndoles abandonar los rígidos patrones de sus trajes, para darles soltura y ligereza, y masculinizó a las mujeres, convertidas en reinas gracias a sus chaquetas y pantalones. “He intentado hacer más fuertes a las mujeres y más amables a los hombres”, diría.

 

La marca, consciente de que Italia y Europa se le iban a quedar pequeñas, en 1976 empezó el abordaje de EE.UU. y fue el primer diseñador italiano que vendió en Barney’s. Visionario, su objetivo era el mundo del cine (algo que su mentor, Nino Cerruti, ya había intentado), sabiendo que sería su mejor publicidad: en 1978, Diane Keaton recogió su Oscar por Annie Hall vestida con una chaqueta de Armani. Sin embargo, antes del asalto definitivo, se introdujo en otro ámbito fundamental, el deporte, vistiendo a Pat Riley, el entrenador de los Lakers, al que hoy llamaríamos también influencer. En 1980, el nombre del diseñador apareció en los créditos de American Gigoló y Richard Gere se convirtió en el hombre más elegante y deseado y Armani en el creador del arma de comunicación definitiva: el Hollywood marketing. Su estilo, que entonces contrastaba con los excesos indumentarios de las actrices, hizo de ángel exterminador del mal gusto y, desde entonces, sólo las más elegantes visten de Armani.

 

 

 

 

Hoy, en un mundo desnortado, donde todo vale y la moda es un circo, el estilo sobrio y discreto de Armani devuelve la cordura a la necesidad de vestirse sin llamar la atención. Cuando la gran mayoría de marcas de lujo facturan gracias a sus licencias, que no a su ropa, la de Armani sigue siendo su principal argumento de venta. Elegante hasta en sus puyas, en 1997, el diseñador, calificó el Gucci de Tom Ford como “una gran iniciativa de marketing y publicidad”. Me gustaría saber qué diría hoy. Riguroso y coherente, Armani siempre se ha negado a dejarse seducir por las “gallianadas” de otras marcas, porque considera absurdo autodestruirse. Otras marcas lo hacen, arrojando legado y credibilidad a la basura, él, coherente hasta la médula, no.

 

Y es que, a Armani, como a Chanel y Lauren, la moda le importa un pito. Esa es su grandeza. Es un dandi rebelde que nada a contracorriente, afirmando “estar convencido de que la suya es una moda fácil, muy difícil de llevar, porque requiere inteligencia, no sólo una cara”. Ahí queda eso.

 

Orgulloso de vestir a “gente que trabaja” -a buen entendedor…- y aborreciendo la mediocridad, este señor estupendo dijo un día: “Los idiotas nunca son elegantes. Los inteligentes, en cambio, incluso con dos trapos encima se visten con lógica, por lo que siempre van elegantes”. Huelga decir que, hoy, el mundo está lleno de idiotas.

Inmaculada Urrea

Inmaculada Urrea

Inmaculada Urrea. Mi lema: “No es marca si no pasa por el corazón”. Soy una consultora free spirit y me gusta ayudar a crear identidades de marca memorables. Llevo más de 30 años dedicada al sector de la moda y casi 20 como consultora de todo tipo de marcas. Me apasiona el branding y mis clientes, por este orden. Soy honesta, independiente y con criterio propio. Para mí, la marca está por encima de todo y de todos. Es una ética, además de una estética. Pienso siempre que a mis clientes su marca les importa tanto como a mí, así que me encanta enseñarles a gestionar su identidad, porque la marca es suya, no mía. Por cierto: tener un brandbook es necesario, pero no suficiente: sin implementación, no hay paraíso, ni beneficio. Sólo branding de postureo. Más información en mi antiweb: inmaculadaurrea.com