El ‘rise and fall’ de las certificaciones sostenibles
La moda ha visto nacer, crecer y, en ocasiones, morir a decenas de certificaciones ligadas a la sostenibilidad. Las oleadas legislativas en Europa y Estados Unidos han convertido la sostenibilidad en una forma de compliance.
12 jul 2024 - 05:00
Si tener que reducir las emisiones de efecto invernadero o multiplicar el uso de materiales reciclados no es suficiente presión para las empresas, la moda debe enfrentar además la tarea de demostrar que las acciones que llevan a cabo tienen un efecto real en todo el proceso de la cadena de valor. Este escenario, en el que las principales compañías debían convencer a los consumidores de que sus artículos eran los más sostenibles del mercado, fue el caldo de cultivo perfecto para el auge de las certificaciones sostenibles, hoy en horas bajas.
Según datos de la Unión Europea, actualmente hay 230 certificaciones de sostenibilidad operativas en hasta 25 sectores diferentes. Del total, aproximadamente la mitad de estas ofrecen verificaciones “débiles o no justificadas”. “Las certificaciones triunfaron en el marco de una carrera de greenwashing y de competencia feroz entre las empresas por demostrar quién era la más sostenible de todas”, explica Chisco García, experto en sostenibilidad y asesor de diferentes compañías.
La mayoría de las certificaciones han surgido en la última década, de la mano del auge de la sostenibilidad. Las oleadas legislativas en Europa, y cada vez más en Estados Unidos, han convertido los criterios medioambientales en un método de compliance. Lejos de ser grupos sin ánimo de lucro, sin embargo, las principales certificadoras son compañías privadas que establecen una serie de criterios “sostenibles” en procesos concretos de la cadena, y emiten las certificaciones a las empresas que las contratan por este servicio.
Diferentes nombres se han alzado en la industria como los grandes sellos de sostenibilidad. Durante un tiempo lo fue el índice Higg, que certificaba presuntamente el impacto de una prenda a través cinco parámetros que medían el rendimiento social y medioambiental de la cadena de valor. “Para las empresas estas certificaciones tienen sentido porque son baratas y funcionan, hasta que algún gobierno dice que no”, comenta Crispin Argento, director general de la organización especializada en la transparencia y trazabilidad del sector de las fibras The Sourcery.
Actualmente existen 230 certificaciones de sostenibilidad en 25 sectores diferentes
Eso fue precisamente lo que le pasó a la Sustainable Apparel Coalition (SAC), responsable del índice Higg, tras una denuncia de las autoridades de la competencia de Noruega y los Países Bajos. Ambas entidades alertaron de un posible uso engañoso de este sello en las campañas de márketing de las empresas, ya que los procesos de certificación no medían las propiedades ambientales de un artículo concreto, sino el impacto promedio de un material.
“El principal problema de las certificaciones, es que tienen una trazabilidad que no es digital -prosigue García-; sino humana, lo que las hace sólo medianamente fiables”. El impacto de la denuncia en la SAC fue tal que la compañía, una de las entidades más reconocidas en el ámbito de la sostenibilidad, revocó a su consejera delegada y cambió su nombre, para pasar a ser conocida como Cascale.
El último escándalo del sector de las certificaciones lo ha protagonizado Better Cotton Iniciative, que fue denunciada por la ONG Earthsight por permitir prácticas ilegales en dos de los productores brasileños con el estándar de su entidad. La empresa certificadora se justificó aludiendo que las denuncias hacían referencia a prácticas que no tenían que ver con la producción del algodón, por lo que quedaban excluidas de sus mediciones. Ante el escándalo, Inditex remitió una carta a la entidad en la que le reclamaba explicaciones. Better Cotton anunció que revisaría sus requisitos de certificación, después de encontrar lo que describió como “debilidades” en el enfoque actual.
Sellos como Better Cotton Iniciative y SBTi han visto puestos en duda sus estándares recientemente
“La única manera de asegurar que las certificaciones no se usen en favor o en contra de nada es a través de un estándar único y transversal para todo el mundo”, puntualiza García, con lo que coincide Argento. Ambos expertos resaltan la necesidad de un nuevo sistema basado en la recopilación masiva de datos, que deje de lado la parte más “humana” de las certificaciones. “Hay que dejar de hacer claims sostenibles y empezar a medir la performance”, añade Argento.
Pasaporte digital
Ese es precisamente el objetivo de una de las últimas normativas aprobadas por la Unión Europea, que hace referencia a un futuro pasaporte digital de productos. A través de la ley de Ecodiseño, la entidad prevé garantizar la trazabilidad completa de todos los productos que operen dentro del mercado único.
Aunque los detalles de la norma todavía no se conocen, ya que cada sector contará con legislaciones secundarias, la ley sí contempla que en un futuro todos los artículos deberán incluir información “precisa y actualizada” sobre la historia del producto.
El rise and fall de las certificaciones ejemplifica como la sostenibilidad se está convirtiendo en un estándar mínimo para las empresas. El aumento del escrutinio público ha elevado la vigilancia sobre las principales certificadoras, y no todas han aprobado el examen. Recientemente, la Science Based Target Iniciative (SBTi) también se ha visto salpicada por una polémica respecto a sus estándares para medir las emisiones de carbono de las compañías. La entidad, que hasta ahora no permitía la compensación de emisiones como una manera de reducir el impacto de las empresas, planteó la posibilidad de validar los créditos de carbono, lo que llevó a revolucionar incluso a su propio personal.
“Sostenibilidad es un adjetivo, no un nombre. Una empresa o persona no puede ser sostenible, sino que lleva a cabo acciones sostenibles”, defiende García. Para el experto, la puesta en duda de algunos de los principales certificadores ejemplifica como la sostenibilidad va de camino de convertirse más en una “cuestión higiénica, y no un valor añadido” para las empresas.